La obra arquitectónica de Carlos Páez Vilaró


Carlos Páez Vilaró heredó de su padre la pasión por construir, la obsesión por acercarse a la arquitectura jamás dejó de acompañarlo.


Cuando tomó de un catálogo un modelo prefabricado de madera y lo reformó para lograr su primera casa-taller en Carrasco, Uruguay, sintió que comenzaba su amor por el oficio, De inmediato lo aprendido le sirvió para reciclar en la década del 50, una vieja torre de agua ubicada en Punta del Este donde hoy está el Hotel Conrad.


Se trataba de un vetusto molino, que lo albergó varios años. Como era un bien municipal, un día lo obligaron a compartirlo con una radio y eso aceleró sus deseos de buscar un lugar frente al mar, donde pudiera realizar su obra lejos del ruido y con total independencia.
Al descubrir el paisaje deslumbrante de Punta Ballena, se dio cuenta que allí levantaría su taller definitivo.

Casapueblo

Corría el año 1958 y la desolación del paisaje, sin árboles ni caminos trazados, sin luz y sin agua, no frenaron su proyecto. La construcción inicial fue una casilla de lata, donde almacenaba puertas, ventanas y materiales para su futura casa. Luego, con la ayuda de amigos, levantó “La Pionera”, su primer atelier sobre los acantilados rocosos. Era de madera, que el mar traía los días de tormenta y que él mismo se encargaba de recoger con la ayuda de los pescadores.

En 1960 empezó a cubrirla con cemento y así siguió creciendo, sumando habitaciones como vagones a una locomotora. Dejando resbalar su imaginación al ritmo de los movimientos de las diferentes capas de nivel de la montaña, logró una perfecta integración de la construcción con el paisaje, sin afectar su naturaleza. Sin darse cuenta, con su cuchara de albañil llegó hasta el mar.


En todo momento se mantuvo en guerra abierta contra la línea y los ángulos rectos, tratando de humanizar su arquitectura, haciéndola más suave, con concepto de horno de pan.
Modeló las paredes con sus propias manos. Valiéndose de guantes que creó con restos de cubiertas, logró que la casa impresionara por el vigor de la textura de su cáscara.


Espontáneamente, Casapueblo sigue estirándose hacia el cielo y el mar. Sólo el vuelo de los pájaros podría medir su dimensión. Dijo el maestro: “Pido perdón a la arquitectura por mi libertad de hornero.”

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