HUELLAS DE DESAPARICIONES: LA MIRADA DE HELEN ZOUT SOBRE LA DICTADURA en Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA)

El rostro de un desaparecedor en un vuelo de la muerte

En este ensayo, la fotógrafa muestra el rostro de la desaparición, el de los jóvenes de una generación reducido a un cráneo con un orificio de bala, la búsqueda de huesos, la mirada de las madres, de los sobrevivientes. El rostro del desaparecedor y el Ford Falcon, los aviones de la muerte, los campos de concentración, el río donde se arrojaron a los desaparecidos. En Libertador 8151, desde hoy a las 17 horas, hasta el 21 de junio. La entrada es libre y gratuita.

Marcados por los "Servicios de Inteligencia"

Genocidio Armenio: Reclaman Justicia


El 24 de abril de 1915 ejecutaron a 254 intelectuales armenios, clérigos, médicos, literatos, científicos fueron colgados en las plazas públicas como simbolismo de lo que se vendría: un millón quinientos mil más dejarían sus vidas bajo la daga, el balazo, morirían de hambre o de sed. La periodista Lala Toutonian cuenta la historia de sus abuelos que llegaron a la Argentina huyendo de la masacre para empezar una nueva vida.
Contaba mi abuela Nazlé, la paterna, que no sintió el balazo en su brazo. Estaba fuertemente aferrada a su hermano menor cuando notó una sangre marrón, espesa, bañando su mano y la de su hermanito. Mientras relataba esto, mostraba su cicatriz, con el ceño fruncido, la mirada grave, la voz firme. Se quebraba cuando el relato llegaba a la parte en que los turcos la habían subido a una carreta junto a su madre y el resto de sus hermanos para tirarlos –literalmente tirarlos- en el desierto. Pero un vecino turco la rescató alegando que se casaría con esa niña de doce años y que cuidaría de sus hermanos. “Pero a mamá la mataron, los vi hacerlo”. El buen hombre no la desposó, le salvó la vida. Más tarde se casaría con mi abuelo Garabed, quien llegaría a Buenos Aires antes que ella, perderían contacto, y él iría cada vez al puerto hasta que la encontró. Acá nacieron mi padre y mis tías. Pero esa es otra historia. Una feliz, de amor.


Contaba mi abuelo Vartevar, el materno, que mataron frente a sus ojos –unos turquesas, brillantes hasta el último de sus días a los 99 años-, a su esposa y a su bebé. Que él sobrevivió en el desierto escondiéndose bajo la arena cuando pasaban arrasando los turcos, bebiendo del orín de una mula moribunda, que sus compañeros en la marcha de la muerte caían como hojas secas. Seguía la historia hasta llegar al turco que lo refugia y lo hace pasar por su jardinero hasta que recuperó fuerzas y retomó el camino a pie hasta Siria. Luego se casaría con mi abuela María, llegarían a Atenas, nacerían mi madre y mis tías y se embarcarían a Buenos Aires.
En 1913 comienzan las deportaciones y la primera parte de las matanzas de la minoría armenia en el Imperio otomano, viejo territorio armenio ocupado –en ese momento- desde hacía trescientos años, y se continuarían hasta diez años después. El 24 de abril de 1915 ejecutaron a 254 intelectuales armenios. Clérigos, médicos, literatos, científicos fueron colgados en las plazas públicas como simbolismo de lo que se vendría: un millón quinientos mil más dejarían sus vidas bajo la daga, el balazo, morirían de hambre, de sed; los muertos se amontonarían en los ríos causando el desvío natural de su curso, las madres se abrazarían a sus hijos enfermos para contagiarse y morir juntos.


¿Por qué? Porque eran cristianos (se perdonaba la vida al armenio que se hiciera al Islam), porque eran grandes comerciantes (y se veían amedrentados frente al usufructo), porque sí. Turquía dice que no, que fue una guerra, que hubo bajas de ambos lados. Pero los testimonios, las fotos, los relatos de los pocos sobrevivientes hoy cien años después, las declaraciones de los arrepentidos, las filmaciones de los alemanes que participaron colaborando con el Imperio otomano, los testigos involuntarios (diplomáticos allí apostados en esos tiempos), dan fe de la crueldad y la barbarie vividas.
Hoy el mundo tiene los ojos sobre el Genocidio armenio. Porque fue espantoso, porque no tenía que ocurrir, porque no se entiende ese ensañamiento, porque de haberse evitado otras barbaries no hubieran ocurrido (la Shoá, Ruanda, Ucrania, Camboya, un largo y triste etcétera); tipos como Stalin, Pol Pot, Mao Tsé Tung, Hitler, no hubieran tenido un lugar en la Historia.
Hoy el mundo turco sabe la verdad de lo ocurrido y mientras el Estado, siempre el Estado, lo niega, el pueblo -¡siempre el pueblo!- se solidariza. Intelectuales turcos de la talla de un Nobel de Literatura como Orhan Pamuk, el historiador Taner Akçam, la escritora Elif Shafak, se han pronunciado al respecto y han sido acusados de traición por su propio gobierno. La ciudadanía turca tomó las calles de Estambul el 20 de enero de 2007 reclamando por el asesinato de Hrant Dink ocurrido un día antes. Dink fue un periodista turco de origen armenio, graduado en Zoología y Filosofía, jefe de redacción del periódico Agos, una publicación que siempre pretendió establecer un puente entre turcos y armenios. Clamaba a los armenios diaspóricos a terminar con su odio con el turquismo, pretendía recurrir la sentencia del negacionismo ante el Tribunal Supremo turco y a la Corte Europea de DDHH, escribía febrilmente ensayos sobre la causa hasta que un joven fundamentalista de diecisiete años lo baleó en la puerta del diario.
Estas son las consecuencias de un Genocidio: odios, rencores, dolores, resentimientos, nacionalismos exacerbados, chauvinismos baratos, y todo horriblemente sustentado. También el afán de mantener viva una cultura, una lengua, una religión, una memoria que se quiso tapar, matar, silenciar.
Porque cada una de las imágenes expuestas, cada niño moribundo, cada mujer violada, cada abuelo tatuado, cada hombre degollado, nos recuerda que tenemos porqué vivir.
Porque falta una palabra en la historia del Genocidio armenio: justicia.


Por: Lala Toutonian

El Cine Teatro Gran Rivadavia volvió a abrir sus puertas


El emblemático Teatro Gran Rivadavia del barrio de Floresta volvió a abrir sus puertas, después de 10 años, con el espectáculo Mora Godoy "Tango Company". Con entrada gratuita con previo retiro de de las mismas.
Se inauguró el miércoles 22 de abril, el emblemático Teatro Gran Rivadavia del barrio de Floresta, un ícono de la historia cultural de la ciudad, que fue recuperado para todos los vecinos, después de permanecer cerrado por más de 10 años.
El Gran Rivadavia nació como una gran sala de cine y fue inaugurado en 1949. Situado en la avenida Rivadavia al 8600, su construcción se basó en la estructura edilicia del Gran Rex. Entre los años 50 y 60 tuvo su mayor esplendor, pero la modernización no le sentó bien. Con la llegada de los grandes shoppings, el negocio fue cuesta abajo y sus dueños, en 2004, se vieron obligados a cerrar sus puertas.


CUIDADA RESTAURACIÓN
Ezequiel Minoyetti, a cargo del proyecto, explicó que "sólo se realiza lo necesario para readaptar la estructura a las normas establecidas de seguridad tras la tragedia de Cromagnon". Para ello, por ejemplo, se instaló una cisterna de 36.000 litros de agua bajo el escenario para ser utilizada en caso de incendio.
Las butacas rojas, unas 1500, son las mismas que antaño disfrutaron los espectadores. Fueron retapizadas, y su estructura de madera, pulida y lustrada. La fachada fue puesta en valor y sólo restan detalles de pintura. Para aislar el sonido y no provocar molestias a los vecinos cuyas viviendas son linderas al teatro, se edificó una pared especial interna, con normas acústicas que también mejorarán el sonido interno.


Al menos por ahora, la sala estará destinada a shows musicales y obras de teatro que no requieran una gran infraestructura de escena, aclaró Minoyetti. "Pero estamos en tratativas con el Incaa para acondicionar el lugar y que otra vez puedan proyectarse películas", agregó el empresario, que indicó que la inversión para el proyecto es de $ 10 millones.
Los vecinos de Floresta se acercaron al lugar para confirmar que el trabajo respetara el inmueble original. De Bella aseguró que el barrio "está expectante" y "conforme".


El Cine Teatro Gran Rivadavia del barrio de Floresta fue inaugurado el 12 de mayo de 1949. Construido por el Arquitecto Alberto Prebisch el mismo quien edificara el Obelisco de la Ciudad de Buenos Aires, fue declarado en 2011 como sitio de Interés Cultural por la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Por sus escenarios pasaron artistas como Mercedes Sosa, China Zorilla, Osvaldo Pugliese, Charly García, Leon Gieco, Alberto Spinetta y Cacho Castaña, entre otros. El Gran Rivadavia abre nuevamente sus puertas a la comunidad. Respetando su fachada original, el teatro ha sido remodelado a nuevo.
Las funciones serán los días: 29 de abril; 6, 20 y 27 de mayo a las 20 horas.


Las entradas para todas las funciones: se repartirán gratuitamente a partir de las 15 horas en el Teatro.
Una vez finalizada la función de inauguración, se llevo a cabo una milonga con orquesta y cantor en vivo en el foyer del teatro.

La programación continuará los días miércoles con el ciclo “El San Martín llega al Gran Rivadavia”, que incluirá las siguientes obras:
. El Gran final, de Gustavo Wons
. Alicia en Frikiland, de Diego Corán Oria
. El principio de Arquímedes. Dirección: Corina Fiorillo
. Los veraneantes. Dirección: Lautaro Vilo
. Historia de un soldado. Dirección: Martín Bauer


Datos y contactos
Teatro Gran Rivadavia de Floresta

Avenida Rivadavia 8636, Ciudad de Buenos Aires - Argentina