MILKA



Sábado a la mañana, pleno verano. La ciudad está tranquila.
Mis pasos me llevan a la plaza San Martín, que hace años no recorría. Me detuve morosamente en su arboleda y deambulé por sus senderos. La encontré cuidada y casi solitaria.
Mi vagabundeo me fue acercando a un banco ocupado por una mujer y su perrita, la que de inmediato se acercó a olisquearme.
- No muerde, me advirtió. Parece que la conoce.
- Para nada –repuse- ocurre que como tengo un perro lo debe olfatear.
- Es muy raro. Desde que usted apareció a lo lejos se levantó con sus orejas alertas y no le sacó la vista de encima. Nunca hizo algo así.
- Vaya a saber. Tal vez le recuerdo a alguien.
- La encontré en esta plaza hace mas o menos un año. Estaba hecha una desgracia. La llevé al veterinario que la desparasitó y colocó las vacunas y ahora, mírela, está hecha una reina. Es tan dulce que la llamamos Milka.
- Ah, la abandonaron y usted teme que espere a sus dueños. Tranquilícese, mía no es.
Ya en confianza me dijo:
- Yo la cuido pero ella eligió a mi marido como amo. Sabe, el tiene el mal de Alzhaimer y por eso se queda mucho en la cama. Pienso yo…
La observé con afecto y vi su agobio resignado ante lo que le esperaba.
- Pero a la tardecita, prosiguió, a eso de las seis le digo: Viejo, hay que llevar a Milka a la plaza, acompañame. Entonces, él se levanta, se pone la camisa y nos quedamos acá un par de horas. Le hace bien….
Reparé en una bolsita de plástico a sus pies.
- Milka, vamos a darle de comer a las palomas. Buen día.
La vi alejarse serena, con esa fortaleza de la gente simple y su oculto temor de perder a Milka.
Me quedé pensando ¿Qué vio la perrita en mí? Hay quienes dicen que los perros ven el aura de las personas. ¿Se habrá dado cuenta que soy perrera de alma?
Chau Milka, Dios te bendiga.

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Autora: Noemí Müller
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